domingo, 8 de septiembre de 2013

Prefacio

La luz es escasa, apenas unos mínimos rayos se filtran a través de los árboles. En medio de un frondoso bosque mi cuerpo descansa acurrucado sobre unos helechos. El insoportable dolor que se encontraba entre mis pulmones y las costillas me aisló, todo es oscuridad.
No consigo saber en dónde me encuentro, soy incapaz de distinguir entre el día o la noche. Si estoy en medio de una ciudad o en mitad del campo. El dolor en mi pecho es tan fuerte que consigue aislarme, todo es oscuridad.
Brevemente percibo un lecho fino, esponjoso y húmedo. El frío invade cada poro de mi piel, el ambiente está recargado por un fuerte olor a tierra húmeda y plantas. En cambio mis sentidos vampíricos están en el pasado, atrapados en el recuerdo.
Mis ojos sólo ven a Edward en el suelo, con el vientre abierto, convirtiéndose en ceniza. Sólo escucho los últimos susurros agonizantes de él, pidiéndome que huyese. Mis labios bañados en su dulce sangre haciendo juego con las otras salpicaduras que hay en el resto de mi cuerpo.
El ruido de unas pisadas y ramas al romperse consiguen sacarme fugazmente de mi aislamiento. Alguien se acerca, además de sentirlo, lo huelo. Es el cazador, avanza decidido, desafiante. Yo en el suelo inmóvil, él acercándose lentamente.
No puedo huir, no quiero huir, deseo reunirme con mi marido.

El cazador ya encontró a su presa, coloca una mano sobre mi hombro y me da la vuelta. ¿El asesino quiere ver su presa antes de acabar con ella? Me da igual, no me importa. Edward espérame que ya voy.

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